Fedayina ¡¡¡HARTA DE MI!!!

Sí, estoy harta de mi. Todavía no sé lo que hago aquí. Tengo que reflexionarlo antes de lanzarme en una de mis largas disertaciones. Por el momento, le echo la culpa a Kokele.

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Nombre: Sofia
Ubicación: México

Mi mejor descripición es "Loca", pero no de manicomio.

11/12/2006


De Fedayín a Fedayina

Escribe
que soy árabe
que tengo el pelo negro
y los ojos castaños
(...) ¿Te enfadarás por ello?
Mahmoud Darwish, poeta palestino

Tal vez un buen ejercicio de presentación sea narrar la historia de los fedayines. Fedayín es el término en árabe que se utiliza para designar a los combatientes que luchan por recuperar la identidad palestina y construir un Estado-nación palestino. Aunque Palestina jamás existió como un país según los conceptos occidentales modernos, desde el amanecer de los tiempos siempre ha sido la Palestina habitada por los palestinos.
En árabe, es Falastine, viene de los "filisteos", los antiguos habitantes de esa codiciada tierra que curiosamente venían de Creta. Así como a algunos libaneses ahora les da por decir que no son árabes sino fenicios, entonces los palestinos podrían etiquetarse como cretenses o griegos. Pero ese no es el punto, entre los palestinos la identidad árabe, como un concepto histórico y cultural, no está a discusión. Concluída la II Guerra Mundial, a alguien (la ONU y los sionistas) se le ocurrió que Palestina debía desaparecer del mapa. Pero los palestinos se han resistido y tienen más de seis décadas librando una lucha desigual contra los sionistas de Israel.
Mi intención no es debatir sobre el conflicto palestino-israelí porque no hay suficientes blogs capaces de albergar semejante discusión. Me concreto a señalar que así como cada israelí nace soldado, cada palestino nace fedayín. Pocas veces se utiliza el término fedayín en femenino. En el lenguaje periodístico a una palestina se le designa como "una fedayín". Yo, libremente, feminicé el término y desde hace más de una década adopté el alias de Fedayina porque digamos que el 50% de la sangre que corre de mis venas viene desde tan lejana y añeja tierra. Físicamente también soy una fedayina.
Aprovecho la ocasión para presentar a la chica vestida de traje de graduación. Se llamaba Wafa Idris, era tres años menor que yo, y habló en pasado porque ya murió.
Wafa llamó poderosamente mi atención cuando conocí su historia: el 27 de enero de 2002, se forró de explosivos y se hizo estallar en un mercado israelí de Jerusalén. Tenía 28 años. Fue la primera mujer kamikaze palestina
Tras el impacto de la noticia, lo que realmente me puso en shock fue su imagen: diría que soy yo o que es mi gemela. El parecido físico es extraordinario, compartimos la misma piel clara, el cabello castaño que se riza en las puntas, la cara alargada, la frente amplia, el rictus de la boca, la nariz aguileña, la mirada, al mismo tiempo triste e ilusionada, que parece buscar algo que presiente jamás encontrará.
La imagen de la toga salió en la primera plana de la revista Time. En el periódico en que trabajaba entonces, mis compañeros estaban azorados de verme, y al mismo tiempo saber que no era yo, dando la nota con tan estremecedora y aterradora historia. Amigos a los que les muestro la imagen me preguntan: “¿Es la foto de tu graduación?”.
El colmo del extraordinario parecido fue cuando mi padre vio en el periódico Milenio una imagen de Wafa con un bebé en brazos. “¿Qué haces con ese bebé en el periódico?”, fue la pregunta de mi padre.
Esa imagen, tierna ciertamente, iba acompañada de la otra historia de Wafa, la de la mujer, la del ser humano. La leí y nuevamente me estremecí. Iba más allá de la palestina que se convirtió en un monstruo. El texto narraba que esta kamikaze bien podría ser confundida con una neoyorquina pues vestía de jeans, chamarra y siempre se esmeraba en su arreglo, maquillaje incluido.
Wafa era enfermera de profesión. Vivía en un campamento de refugiados palestinos de Ramalá y era voluntaria de la Media Luna Roja palestina (el equivalente de los musulmanes de la Cruz Roja). Estaba encargada del cuidado de los recién nacidos. Siempre quiso tener un hijo, pero era estéril. Estuvo casada, pero su esposo la abandonó precisamente por su imposibilidad de ser madre.
Esta Fedayina no era extremista ni fundamentalista, militaba en Al Fatah, el partido de Yasser Arafat, el más moderado de los colectivos palestinos que se distingue por ser laico.
Por eso la noticia de que se había inmolado sorprendió a todos en su pueblo, a su madre, a sus hermanos, a sus vecinos. Según el texto de Milenio su madre narró que ese 27 de enero de 2002 Wafa salió como siempre en la mañana rumbo a su trabajo, se despidió con una sonrisa en el rostro.
Confieso que soy de un afán redentor que raya en lo maternal y creo que el ser humano es bueno por naturaleza, pero su circunstancia –"Yo soy yo y mi circunstancia", decía Ortega y Gasset—los empuja a hacer lo inimaginable.
Así que me puse en los zapatos de Wafa, en su circunstancia de no tener una nación, de vivir una interminable guerra sorda, totalmente carente de oportunidades de una mejor vida.
Encima de todo, estaba su frustración de tener un vientre estéril en una sociedad donde la mujer debe tener hijos, no sólo por el machismo, sino por el imperativo de que nazcan más palestinos que de grandes sean fedayines y así luchar y conservar la identidad de Palestina.
No sé, tal vez todo eso se conjugó en el corazón de Wafa y la Fedayina terminó por estallar en todo el sentido de la palabra.
Ahí, en ese impulso suicida, encontré otro punto de identificación con Wafa.
En uno de los momentos más amargos de mi vida, yo iba conduciendo en la carretera. Lloraba, las manos me temblaban, la furia, la decepción, el desaliento, la tristeza y un encabronado reclamo a la vida se apoderaron de mí. Tuve el impulso de simplemente dar el volantazo e irme por la cuneta, acabar con mi vida, que mi auto estallara en mil llamas.
Pero una amiga, La Flaca, iba conmigo y no tenía el derecho de arrastrarla al a mi precipicio en llamas.
El enunciado completo de Ortega y Gasset también me salvó de ese momento de locura: “Yo soy y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.
Me salvé y con una sonrisa en el rostro puedo afirmar que soy una sobreviviente de esa cicunstancia de amargura.
Además, me acordé de Jaime Sabines, quien decía que los muertos sólo heredan pena a quienes los amaron.
También recordé la frase con la que Sabines, por cierto un baisano árabe, remata los amorosos, seguí manejando juiciosa sobre la carretera y me puse “a cantar entre labios una canción no aprendida” y me fui “llorando, llorando la hermosa vida”.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Amiga,

He leìdo tu blog de pé a pá y no me queda la menor duda de tus aptitudes para escribir. Eres mucho mejor escribiendo que hablando¡¡¡¡ La historia de Wafa me la has contado innumerables veces y sòlo hasta hoy entendì bien a bien el hilo de tu gemela fìsica, es que cuando hablas eres una fuente brotante de ideas que corren a toda velocidad en todos sentidos y una es incapaz de ver luz roja, amarilla overde. Felicidades por este buen esfuerzo.

Besos amiga¡¡¡¡

10:12 a. m.  

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